26 de marzo de 2012

De cada 1000 palabras, herramos hen trez


Ocurre mientras hablamos y, lógico, en nuestra voluntad. Nuevos estudios explican que la clave está en nuestro empeño por evitar decir ciertas cosas, a lo que se suman distracciones específicas y el estrés.

Siempre parece ocurrir en el momento más inoportuno. Frente a una persona atractiva o cuando usted quería decir algo inteligente, cuando tiene que discutir un aumento de sueldo con el jefe, justo en medio de la conferencia que le tocó dictar o en la reunión anual con sus ex compañeros de colegio, los mismos que no dejarán de molestarlo todo el año por haber confundido la palabra reducto con eructo en el discurso de bienvenida.
Es que nadie está libre de sufrir algún "incómodo" lapsus verbal, esos que afectan a deportistas, figuras de TV , presidentes y al más común de los mortales en situaciones casi siempre incómodas o complicadas. Desde los tiempos de Freud, los científicos vienen analizando el fenómeno, intentando descubrir por qué de cada 1.000 palabras que decimos, al menos dos o tres errores se deslizan contra nuestra voluntad. Al menos eso es lo que señalan estudios que han demostrado que, considerando que en promedio el discurso de una persona tiene 150 palabras por minuto, un lapsus verbal se presenta una vez cada siete minutos de conversación continua.
¿Las razones? Tres redes de conexiones cerebrales para el habla que se relacionan -y a veces superponen- desencadenan los errores, a lo que suman factores como la ansiedad y el estrés, además de intentar suprimir lo que pensamos. Una de las claves para entender el problema es reconocer que distracciones específicas desencadenan errores específicos: si está hablando con una mujer que le atrae lo más probable es que su lapsus tenga relación con el sexo opuesto y no con el clima.
Actos fallidos
Lo cierto es que a comienzos del siglo XX, Sigmund Freud se refería a lo que llamaba "actos fallidos" en su libro Sicopatología de la vida diaria (1901). Allí señalaba que estos lapsus eran una forma inconsciente de revelar nuestros deseos ocultos. Pero lo que el maestro de la sicología moderna interpretó como una suerte de "fuga" experimentada por nuestros más inconfesables deseos, resultó ser más bien un reflejo casi mecánico de nuestro empeño por reprimir pensamientos. Y eso explica por qué los lapsus lingüísticos suelen ser tan embarazosos.
Fue lo que comprobó un afamado estudio realizado en 1987 por el sicólogo de la U. de Harvard, Daniel Wegner. En su libro Osos blancos y otros pensamientos no deseados, relata cómo tras instruir a un grupo de sujetos a que no pensaran en un osito blanco -sí, se basó en la pregunta que se hacía Dostoievsky en Notas de invierno sobre impresiones de verano-, los individuos terminaban pensando en el intruso osito al menos una vez por minuto durante las horas siguientes al experimento.
Según el texto, cuanto más una persona suprime un pensamiento, mayor es la probabilidad de que termine verbalizándolo. Quizás por eso cuesta tanto mantener secretos de familia, resistir cuando alguien nos interroga o mantener esa confesión de "vida o muerte" que su amiga le susurró al oído siempre y cuando usted no se lo contara "a nadie. ¿Ya?". Wagner no está de acuerdo con Freud en que sea la naturaleza ilícita y oculta de nuestros pensamientos la que nos lleva a cometer lapsus.
Según sus experimentos, se concluye que siempre estamos imaginando escenarios negativos en nuestras mente, revisándolos una y otra vez para no cometerlos. "Para evitar estos escenarios no deseados, nuestro cerebro no tiene otra salida que repasar continuamente la situación", explica Wegner. Dicho de otro modo, la parte consciente del cerebro requiere ayuda del área inconsciente para chequear constantemente lo que en definitiva, daría origen a los lapsus verbales.
Se trata del mismo principio que usan los sicólogos para "implantar sueños" en las personas. La sicóloga de la U. de Harvard, Deirdre Barrett, explica que cuando alguien piensa en algo justo antes de irse a la cama, tiene muchas más probabilidades de soñar con aquello que desea. La técnica es usada para tratar fobias o depresiones.
Me pones nervioso
Otro factor que explica el fenómeno son las distracciones que enfrenta una persona. En la U. de California, Davis, el sicólogo David Motley reunió a un grupo de estudiantes hombres que debían tomar una prueba de palabras especialmente diseñada para cometer lapsus verbales (consiste en repetir una serie de frases con temáticas distintas). El truco fue que unos realizaban la prueba frente a una mujer atractiva y sugerentemente vestida, mientras que otros lo hacían frente a un hombre de mediana edad, barba medio crecida y una incipiente calvicie.
Aquellos frente a la mujer cometían más errores comparados con el otro grupo, pero -y aquí viene lo interesante- no se trataba de cualquier error: tendían a equivocarse más cuando debían repetir frases con algún sentido o significado sexual. Tras repetir el experimento introduciendo un escala para medir la ansiedad, descubrieron que era la ansiedad el factor que disparaba los lapsus. Excitados con el hallazgo, decidieron cambiar el experimento y la mujer fue reemplazada por ligeros shocks eléctricos (muy usados en pruebas de sicología). Sucedió que esta vez los errores se repetían más frecuentemente con temas relacionados a la electricidad.
Este estudio concluyó que, además de la supresión de pensamientos, el estrés, la presión y las distracciones llevan a que las redes del habla en el cerebro -semántica, léxica y fonólogica- se superpongan desencadenando los lapsus verbales. Cómo evitarlos es el dilema: mientras usted más piense en no resbalar, más probabilidades tiene de caer.
Fuente: La Tercera

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