De alguna manera, Steve Jobs obtuvo un Óscar Póstumo en la última premiación. El mejor corto animado no fue diseñado para exhibirse en un cine, sino para ser visto en un MAC, un IPAD o un PC.
Durante la última ceremonia del Oscar, en el segmento más emocionante que es el In Memorium, una suerte de minidocumental que recuerda a gente clave del cine que falleció durante el año, apareció Steve Jobs. A muchos les llamó la atención. No debería ser así. Jobs no actuó o escribió o dirigió ningún filme, es cierto, pero en 1986 compró Pixar y lo potenció. Jobs, por lo tanto, tuvo injerencia en los 26 Oscar de la compañía y pudo sentirse orgulloso de estar ligado a cintas tan icónicas como Toy Story o Ratatouille. Quizás los que decidieron quién iba a estar o no a la hora de los recuerdos (este año se saltaron a Raúl Ruiz) optaron por destacar a Jobs como un gran distribuidor y exhibidor. Sin duda lo fue. En pocos años, gracias a sus innovaciones, pero también debido a cambios radicales en la tecnología que supo aprovechar (la caída del dvd, el comienzo del fin del 35 mm), Apple ha liderado y mejorado el camino para ver películas en otras pantallas. No sólo sus pantallas (los Mac, los iPad, incluso los iPhone) son ideales para ver películas (y no sólo las bajadas legalmente) sino que, a través de iTunes, es posible comprar o arrendar (vía un streaming perfecto) series y películas. No está todo pero hay mucho más de lo que uno espera, sobre todo cintas que hasta hace poco era imposible de acceder incluso para el cinéfilo más recalcitrante. Jobs estuvo junto a Elizabeth Taylor, Sidney Lumet, Peter Falk y Ben Gazzara, entre otros, en el panteón de los grandes.
También, de alguna manera, obtuvo esa noche un Oscar póstumo.
Me explico: el Oscar al mejor corto animado, una categoría que entusiasma a pocos y que generalmente es un acto de buena fe porque nadie ha visto los cortos ni los verá, fue para The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore, de William Joyce (un escritor excéntrico de libros infantiles y un ilustador de culto) y Brandon Oldenburg (director debutante pero con un pedigrí de primera en animación digital). El valor del corto, algo naif y bien pensante, algo así como un fábula políticamente correcta para niños sobre el valor de los libros (¿por qué el señor Lessmore no lee Kindles o usa iPads?), puede ser discutido por los críticos, pero su factura es innegable. Lo curioso es que para ser un corto en la onda retro que arrasó el Oscar este año (libros de tapa dura, un personaje tipo Buster Keaton, un film sonoro donde nadie habla), el trabajo tiene algo esquizofrénico, pues no sólo se animó usando tecnología de punta sino que se concibió como un App (sí, un App, un libro infantil interactivo para el iPad) y como un corto para ser visto… en un Mac, un iPad o un PC, pero no en un cine.
Esto, hace un par de años, podría implicar suicidio; hoy implica Oscar, dinero, éxito, millones de hits y despejar la duda que hace tiempo los expertos han estado discutiendo: el corto, en esta era del multitasking, y con toda la tecnolgía disponible, tendrá un valor y un potencial como nunca lo ha tenido. Todo esto, claro, es mucho más interesante que la historia de unos libros que vuelan y de la moraleja análoga que cuenta. Lo mismo se puede decir de El cantante de jazz, el primer filme sonoro, que terminó siendo más importante por su innovación tecnológica que por el melodrama azucarado que narraba.
Para ser estrictos y rigurosos: un App no ganó un Oscar (aunque dan ganas de decir eso porque es más potente). No es verdad. No aún. Pero casi. Primero existió el corto (casi 2 millones de hits sumados en YouTube), pero el corto se diseñó pensando en el App y en llevar más allá lo que se entiende tanto por un libro electrónico como por un libro infantil ilustrado (o quizás es un viaje virtual). Si hay que comparar, está claro: el App es mejor que el corto, sin lugar a dudas.
Fuente: revista Qué Pasa