Está en Huechuraba, lejos del ruido de la ciudad, rodeada de cerros y árboles. Es la desconocida casa que Nicanor Parra compró a fines de los setenta y en la que escribió su poema más famoso, "El hombre imaginario". Ése que inspiró Ana María Molinare, una de las mujeres que marcaron su vida.
Escucharlo recitar el poema, sus silencios, sus pausas, la entonación y el ritmo. Es la cadencia que produce la reiteración de una palabra que, en realidad, determina todo, que configura el mundo del cual habla el poema, que dice que esto -esto que escuchamos- es, en realidad, un mundo imaginario.
Esa tarde de noviembre de 2006, cuando se presentaba el primer tomo de las Obras completas de Nicanor Parra, en una de sus últimas apariciones públicas ante una sala repleta, él -el poeta, el hombre que acaba de recibir el Premio Cervantes-, después de muchos minutos de espera, después de que el ex presidente Ricardo Lagos y el profesor y crítico Mario Rodríguez hablaron del libro, se puso de pie y comenzó a recitarlo. Sí, el poema, el de la cadencia, el del ritmo y los silencios:
"El hombre imaginario/ vive en una mansión imaginaria/ rodeada de árboles imaginarios/ a la orilla de un río imaginario".
Eran 400, 500, 600 personas en una sala de la Estación Mapocho, escuchándolo recitar el poema, en silencio, absortos por esa cadencia que produce la reiteración de esa palabra. Era Nicanor Parra recitando, de memoria, su poema más famoso, ése que habla de un hombre imaginario que sufre por el amor de una mujer imaginaria, ése que plantea un universo imaginario que sólo se vuelve real cuando Parra escribe la palabra dolor.
El dolor es lo único real. El dolor que le causó esa mujer imaginaria que se llamaba Ana María Molinare y que fue, dicen sus cercanos, la mujer más importante de su vida, la que inspiró este poema, ése que ha recitado en sus últimas apariciones públicas, su gran hit, ése que escribió en una mansión imaginaria que en realidad existe y que está acá, en Santiago de Chile, escondida, alejada del ruido, rodeada de árboles y de cerros que no son imaginarios, sino que son reales. Como ese dolor. Como esa mujer. Como esta historia y esta casa, ubicada en la comuna de Huechuraba, en la que escribió este poema a fines de los setenta, poco tiempo después de que Ana María lo abandonara y él entendiera -tras leer el Tao Te King, libro clásico chino- que de eso se trataba la vida: de desprenderse, de que las personas llegan así, inesperadamente, y que de esa misma forma se van.
***
El polvo se suspende en el aire, mientras el auto avanza en esa calle de tierra. Después, un hombre a caballo, que también pasará por ahí. A lo lejos, muy a lo lejos, el ruido de los autos, las bocinas, la gente, la ciudad que no se alcanza a oír en ese lugar de Santiago rodeado de cerros y árboles. El polvo se suspende en el aire mientras el auto se acerca a esa parcela, ubicada en Huechuraba -en ese lugar que antes fue Conchalí-, que es una de las casas de Nicanor Parra, quizá la menos conocida, pero que todos -sus hijos, sus amigos, sus cercanos- vinculan, de inmediato, con el poema "El hombre imaginario".
"Ahí escribió ese poema, es una casa muy importante", dice Colombina Parra, apenas escucha hablar de la casa. Lo mismo dice Juan de Dios Parra -Barraco-. Y es que ambos pasaron varias temporadas en esa parcela, cuando Parra la compró en 1979 y ahí, en ese terreno, no existía casi nada. Eran chacras. Era como estar en cualquier pueblo chileno de la Sexta o Séptima Región. Y aún hoy genera esa sensación. A pesar del paso del tiempo, de las construcciones, a pesar de que al frente -de esa mansión imaginaria- ahora esté instalada la Ciudad Empresarial, aún el lugar guarda ese aire de provincia, ese silencio, esa sensación de tranquilidad, de estar muy lejos de la realidad urbana, como si efectivamente el lugar fuera imaginario, como el poema.
-Íbamos mucho los fines de semana -dice Barraco-, íbamos con mi papá y la Colombina. Me acuerdo que él compró la casa porque ella sufrió un accidente y había que ir al Hospital J.J. Aguirre, que quedaba cerca. Me acuerdo que también vivimos seis meses ahí, que no fuimos al colegio y nos quedamos en esa casa.
Era todo muy rural en ese tiempo. Barraco recuerda que a veces paseaban por ese lugar, caminaban mucho, y que cuando vieron por primera vez la casa, afuera, en un letrero, decía: "Se vende con chancha paría".
-Y mi papá la compró con la chancha paría -dice Barraco entre risas.
Era el tiempo cuando Nicanor Parra se había separado de Nury Tuca -madre de Colombina y Barraco- y un año después conoció y se enamoró de Ana María, la mujer imaginaria, una mujer de 32 años, de clase alta.
-Era una señora de la más rancia burguesía chilena. Estaban todos los apellidos ahí -le dijo Parra a Leonidas Morales en una entrevista de 1989, recopilada en Conversaciones con Nicanor Parra. Ésa fue una de las pocas veces que Parra ha hablado, públicamente, de su amor por ella, de su relación tortuosa, del final triste de esta historia, de cómo ella inspiró ese poema que escribió en aquella casa, alejado completamente de la ciudad.
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