Pocas horas después de morir, Pablo Neruda yacía en una camilla ubicada en un pasillo de la Clínica Santa María. Seguía vestido. Era 24 de septiembre de 1973 y afuera Santiago estaba tomado por la Junta Militar. Acurrucada junto al cuerpo del poeta estaba su viuda, Matilde Urrutia. Dormitaba aferrada al cadáver. Prácticamente estaba sobre él. No es que quisiera retenerlo en vida, hacía lo que venía haciendo hacía 20 años: lo protegía. Con uñas y dientes.
Cuando apareció por la clínica Hernán Loyola, biógrafo del poeta, Matilde seguía sola. Loyola la vio asustada, pero cuidando con fiera determinación que nadie osara apropiarse de su marido. Lo iban a intentar: Pinochet y compañía quisieron darle un funeral de Estado a Neruda. Ni pensarlo. Tras el golpe, la mujer del autor de Estravagario tuvo un cambio radical: después de pasar 60 años alejándose de la política, en especial del Partido Comunista, Urrutia hizo suyo el patrimonio ideológico de Neruda y puso al servicio de la disidencia la dureza e intransigencia que tanto molestaron al círculo cercano del poeta.
Mujer controvertida, Urrutia entró por la ventana a la vida de Neruda y terminó sujetando las riendas. Amante por años y luego esposa, a “la Patoja” la “odiaban los amigos” del escritor, cuenta Loyola. “Era dura y difícil, pero le hizo bien a Pablo porque lo disciplinó”, agrega. El sobrino del poeta, Bernardo Reyes, suma: “Se la ve como la sombra del poeta, la provinciana torpe que pasó a ser la arribista que aprendió el balbuceo poético. Fue mucho más: fue determinante en los últimos años de Neruda”.
Fallecida en 1985, el próximo jueves 3 de mayo se cumplirá el centenario de su nacimiento, y para recordarla la Fundación Neruda, que ella misma impulsó, publica Fue tan bello vivir cuando vivías, libro con la biografía de Urrutia. Con textos de Darío Oses, el volumen hace foco en los años de la viuda Matilde: se reproducen cartas de condolencias de escritores como Julio Cortázar, Jorge Amado, Rafael Alberti y Arthur Miller; se relata su trabajo en la edición final de las memorias del poeta y la publicación de sus libros póstumos; es perfilada como una embajadora cultural que se codea con Mario Vargas Llosa y William Styron, y se muestra su papel en la resistencia a Pinochet. La culminación heroica de una mujer que primero pasó por el infierno.
Amante, viuda
El destino era Panamá. Solo llegaron a Perú. El Oper Ballet era un espectáculo de variedades, integrado por jóvenes chilenas, casi todas menores de edad. En 1944, la gira terminó abruptamente en el puerto de Callao: el consulado chileno se enteró de los hechos y mandó de vuelta a Chile a las muchachas. Según una investigación del escritor Sergio Gómez, las jóvenes también prestaban servicios sexuales y a su cargo estaban un argentino y Matilde Urrutia.
Tenía 32 años y venía de intentar una carrera como cantante que jamás resultó. Tocó fondo en Callao, pero se reinventó. En 1946, Matilde conoció a Neruda en un concierto al aire libre, en el Parque Forestal de Santiago. La pelirroja llamó la atención del poeta, que llevaba una década con Delia del Carril, la pintora 20 años mayor que lo acompañó en su exilio. Estando con ella, Neruda consolidó su imperio poético y publicó, entre otros, Canto general. Luego reapareció Matilde.
En 1949, Urrutia estaba en México, quemando sus últimos cartuchos como cantante. Cuando Neruda llegó por allá, fue a saludarlo. Al poco tiempo asumió como su enfermera, mientras padece una tromboflebitis. A los pocos meses inician un romance que tendrá consecuencias: días antes de que Delia y Pablo se embarquen a Europa, a inicios de 1951, Urrutia le cuenta al poeta que espera un hijo de él. Lo perderá. Con los años, Matilde perderá otros dos hijos de Neruda.
“Yo pienso en ti día y noche, noche y día, amor mío”, le escribe Neruda desde Francia a Matilde. Y le envía un pasaje para que se le sume en su estadía en Europa. No hay vuelta atrás. A espaldas de Delia y, según Loyola, con la complicidad de los aparatos de seguridad del comunismo, incluida la Stasi, el poeta y Urrutia consolidan su amorío. El punto cúlmine llega en Capri, en 1952, donde se casan simbólicamente y Neruda publica una edición privada deLos versos del capitán.
Solo tres años después, Delia del Carril se enterará del engaño. En ese tiempo, la relación entre Matilde y Neruda se ha consolidado hasta el punto de tener una casa, La Chascona. Según Loyola, solo Delia lo entiende como un quiebre: “En cartas, Pablo le ruega a Delia que no se vaya, le dice que Matilde está dispuesta a vivir en las sombras. Pretendía seguir con ambas relaciones”, dice el biógrafo.
En febrero de 1955, Neruda se mudó a La Chascona con Matilde. Fue un cisma en el imperio. “La separación impactó mucho al entorno nerudiano”, recordó Volodia Teitelboim. Tomás Lagos, Diego Muñoz, Acario Cotapos y varios amigos cercanos al poeta salieron de su vida. Como dice Bernardo Reyes, la “hosca y distante” Matilde se convirtió en un “murallón”: echó a la bohemia que lo rodeaba y administró su tiempo. En los años con Urrutia, Neruda publica más del doble de libros de los que escribió antes. Aunque la esposa intenta ahuyentar a las mujeres, no puede: a fines de los 60, Neruda la engaña con su sobrina, Alicia Urrutia.
Matilde pasa por alto la traición. Tendrá su pequeña venganza: votará por Radomiro Tomic, el candidato DC, en la elección presidencial de 1970. El mundo sigue girando, Neruda gana el Nobel, el cáncer lo arrincona y en 1973 cae el golpe. Al morir, ella lo protege con uñas y dientes, y lo vela entre los escombros de La Chascona, devastada por los militares.
La fundación
Hasta su muerte en 1985, viajará por el mundo como la viuda del poeta. En Chile tiene un “fuero” y despliega una fuerte oposición. En 1978 hizo una huelga de hambre de 48 horas en la embajada de Estados Unidos, junto a la dirigenta de DD.HH. Ana González. Según Reyes, financia de su bolsillo a la oposición, además de traer dineros del extranjero. Rescata la casa de Isla Negra de manos de los militares y publica los inéditos de su esposo. Antes de fallecer en enero de 1985, Urrutia ya ha contactado al abogado Juan Agustín Figueroa y juntos han elaborado el testamento que formula los estatutos para crear la Fundación Pablo Neruda.
Fuente: La Tercera
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