BELLAS ARTES EXPONE CERCA DE 200 FOTOS DE KERTÉSZ, MAESTRO DEL SIGLO XX
Admirado por Cartier-Bresson, fue pionero del fotoperiodismo.Se sintió menospreciado, incomprendido. El húngaro André Kertész llegó a EEUU en 1936, dispuesto a continuar su brillante trabajo, que en París lo había convertido en uno de los fotógrafos más vanguardistas de la escena. Nunca pudo adaptarse al mundo editorial norteamericano.
Tuvo problemas para aprender inglés y en las revistas sólo le ofrecían fotografiar diseños de interiores, una tarea poco desafiante para a quien siempre le interesó el juego con las formas y las perspectivas. Así y todo, trabajó para Harper's Bazaar y House & Garden. Tuvo que aceptar otros desaires: como cuando en dos oportunidades las revistas Vogue y Life ocuparon sus fotos sin mencionar su nombre. Lo más duro ocurrió en 1955, cuando su colega Edward Steichen lo omitió en la famosa muestraThe family of man, que reunió fotos de Dorothea Lange, Irving Penn y su compatriota, 19 años menor, Robert Capa.
El mismo Kertész calificó su período en EEUU como una "verdadera tragedia". Eso sí, no dejó de disparar con su cámara. Desde su departamento en Washington Square hizo algunas de sus fotos más famosas.
Varias de ellas se exhiben ahora en El doble de una vida, la muestra que reúne alrededor de 200 fotos del artista húngaro, uno de los maestros de la fotografía del siglo XX y que se inaugura el 13 de octubre en el Museo de Bellas Artes.
La muestra, enmarcada dentro de la Semana Francesa que organiza la Cámara Franco-Chilena, tiene obras provenientes del archivo que Kertész donó al Estado de Francia en 1984 y que se exhibieron a principios de este año en el museo Jeu de Paume de París. "La muestra refleja la intensidad y energía con la que vivió Kertész. Fue pionero de varios movimientos y estableció las bases del fotorreportaje que se usa hasta hoy", dice el fotógrafo Luis Weinstein, uno de los impulsores de la muestra junto a la gestora cultural Verónica Besnier.
La exposición recorre toda la trayectoria de Kertész. Desde sus inicios en Hungría como fotógrafo autodidacta, luego de abandonar su carrera como corredor de Bolsa, pasando por su vida en París, en los años 20, donde formó parte del surrealismo y su paso por EEUU, país que dejó en 1962.
Al volver a París, Kertész se reencontró con sus viejos negativos, los que le devolvieron la fama. En dos años, hizo exposiciones en varias partes del mundos. Al fin, en 1964, fue reivindicado con una retrospectiva en el MoMa de Nueva York.
El esplendor francés
En París, Kertész se relacionó con Marc Chagall, Piet Mondrian y el cineasta Sergei Eisenstenin. Deslumbró a los surrealistas con la serie Distorsiones: retratos de mujeres y hombres desfigurados por el uso de espejos cóncavos y convexos. "Su fotografía es directa. Manejó bien la técnica y tiene una claridad impresionante para componer los elementos, sin artificio", dice Weinstein. "Fue maestro de Brassai, otro húngaro prodigioso, y admirado por Cartier Bresson, quien decía que cada vez que descubría algo en fotografía se daba cuenta de que Kertész ya lo había hecho antes", agrega.
En sus últimos años, Kertész siguió experimentando. Incursionó en la foto a color, alrededor de 20 de ellas se exhibirán en Chile, y en los 80 usó una cámara Polaroid. Con ella siguió representando la simplicidad de la vida, con tono nostálgico, y volvió a deformar la realidad, igual que en los años 20. "El momento siempre dictamina mi obra. Lo que yo siento, eso hago. Todos pueden mirar, pero no siempre ven. Yo escribo con la luz", decía.
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